La imagen legendaria de Valle-Inclán: del Marqués de
Bradomín a Max Estrella y don Ramón
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(Foto de Francisco J. Charlín. Todas as fotos están tiradas de Internet)
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Valle-Inclán, al tiempo que publicó su magistral obra
literaria, fue también construyendo un relato falso y legendario de su
biografía. Un alter ego
imaginario en cuya elaboración falsificó datos relativos a su pasado; distorsionó
otros que, sin embargo, remiten a un fondo histórico real y documentable. Como dijo Umbral en Los botines blancos de piqué–,
Valle-Inclán renunció “a sí mismo para construirse otro sí mismo”,
lo cual “tiene mucho que ver con la mística y la estética del dandi”:
Valle crea leyendas, mentiras, historias fascinantes o
pueriles respecto de su vida y viajes, sin salir nunca de los cafés de Alcalá o
Puerta del Sol, porque está nublando su pasado, su verdad, su presente, para
que a través de esa niebla entre luego el yo elegido y acuñado en oro. El dandi
nunca es autobiográfico, sino numeroso en biografías falsas.
El falso apellido, la confusión del nacimiento, con
enredadas Pueblas de Caramiñal, el dudoso viaje a una entredudosa América, la
barba afluente de tantas otras barbas, la autoleyenda entre modernista y
legendaria…
Valle-Inclán difundió tal imagen legendaria a través de diferentes
medios, como la “Autobiografía” que publicó en 1903 en Alma Española y en
tertulias de café, conferencias y en entrevistas que le realizaron reporteros
de prensa de la época, quienes colaboraron en la tarea de divulgación de esa
adulterada biografía. Son buena muestra
de esto estas elocuentes palabras que López Pinillos, puso al final de una interviú
al escritor de 1918:
Y con esta afirmación melancólica terminó la
charla. El gacetillero debe hacer constar que la fantasía del maestro Valle
tiene unas alas enormes y que no las ha recortado. No. Seducido, tal vez, por
el gallardo vuelo humorístico del gran prosista, ha incurrido en la temeridad
de enriquecérselas con algunas humildes plumas. Perdón.
También contribuyeron a este relato legendario,
redactores de entradas en enciclopedias y diccionarios, críticos y
comentaristas de su literatura y algunos de sus primeros biógrafos, los cuales
mezclaron de manera indiscriminada en sus trabajos, datos documentalmente
contrastables con otros de carácter imaginario procedentes de la leyenda puesta
en circulación por el escritor y amplificada por sus “portavoces”.
Analicemos en qué consiste tal relato legendario,
indagando sus orígenes, estableciendo posibles etapas en su evolución, y
describiendo qué elementos caracterizan cada una de estas. Es conveniente señalar que la imagen legendaria de
Valle-Inclán no constituye un todo uniforme y estático en el tiempo, sino que
–como veremos a continuación– fue evolucionando a través de un proceso de
construcción –y también deconstrucción– en el que es posible diferenciar dos
grandes etapas o periodos:
–Una fase inicial, que se podría etiquetar como ciclo de
la leyenda heroico-nobiliaria. Iría desde 1895 –cuando se traslada a
Madrid con su primer libro bajo el brazo para iniciar su carrera literaria–
hasta el año 1920.
–Y un segundo periodo, que va desde ese año hasta 1931,
al que podríamos denominar –tomando prestada la conocida frase de Primo de
Rivera– como ciclo del “eximio escritor y extravagante ciudadano”,
calificativos a los que hay que añadir los de bohemio y pobre –como Max
Estrella– elementos estos que configuraron la imagen legendaria más
conocida de esta etapa de su vida
1.
Ciclo heroico-nobiliario.
Haremos, antes de seguir, dos mínimas precisiones de carácter biográfico: 1ª. Entre
el bienio 1888-1890 –cuando estudiaba Derecho en Santiago de Compostela– y el
que incluye los años 1892-1893 –cuando estuvo en México como redactor de El
Correo Español, El Universal, La Raza Latina y La Crónica
Mercantil– Valle-Inclán –a pesar de haber publicado ya algunos relatos de
ficción– era conocido –al igual que su hermano mayor Carlos– en el mundo
cultural gallego y en sus prolongaciones en Madrid, casi de forma exclusiva,
como periodista, tal y como lo demuestran numerosos sueltos de prensa. Así en 1888 (El
País Gallego, 1-8-1888, p.3.):
En el tren de esta
tarde ha salido para Carril el señor don Ramón del Valle y de la Peña,
colaborador de El País Gallego.
En 1891, año en que trabajó aquí en Madrid como redactor
de El Globo, que dirigía el conocido periodista liberal, Alfredo
Vicenti, amigo de su padre:
“Hállase en Pontevedra el
ilustrado redactor de “El Globo” D. Ramón del Valle-Inclán.”
Y en 1893, al regresar de América, ya convencido de
abandonar el el periorismo y dedicarse en exclusiva a la creación literaria:
Ha
regresado de Méjico el periodista pontevedrés D. Ramón del Valle.
Por otra parte, ni él ni su hermano Carlos, a la sazón jóvenes de 20 años,
eran considerados en los círculos periodístico-culturales y políticos de
Santiago y Pontevedra, como vástagos de ningún decadente linaje de pazo o
casa solariega, sino como hijos del político republicano-liberal, poeta,
periodista e incluso industrial, don Ramón del Valle, entre 1887 y 1890,
Secretario del Gobierno Civil y Gobernador Civil de la provincia de Pontevedra,
por su militancia en el partido liberal de Montero Ríos y Sagasta.
Sin embargo, todo esto empezó a cambiar tras su regreso
de México, donde decidió abandonar el periodismo y hacerse escritor, algo para
lo cual, entre los años 1894-1895 –cuando sus días transcurrían entre la casa
de su madre y la tertulia de Muruais en Pontevedra y la casa de su abuela en su
villa natal, Vilanova de Arousa– tomó dos importantes decisiones: –1. Publicar
un libro, Femeninas, que le sirviese de tarjeta de presentación en
Madrid.
–Y 2, transformar su aspecto físico de acuerdo con el
perfil del poeta-dandi del Romanticismo, para lo cual se dejó crecer el pelo y
comenzó a vestir de un modo llamativo para la época. El también escritor de
Vilanova de Arousa, Francisco Camba, recordaba haberlo visto de esta guisa en
el pueblo de ambos, a la altura de 1894:
Había conocido, tiempo antes,
en un pueblo de Pontevedra a Valle-Inclán, y le recordaba todavía, con sus
melenas osadas. Era yo entonces muy niño. (…)
Caíanle entonces, sobre los
hombros, las melenas onduladas a fuego, tenía en la cabeza un chambergo
medioeval y la mano izquierda en la cintura, como si sujetase el puño invisible
de una espada siempre vencedora y siempre fuerte.
Fue así como se presentó aquí en Madrid en 1895, tal y
como nos lo muestra el periodista Francisco Valdés, quien años después rememoraba
la llegada de Valle:
Se ha presentado en Madrid, llegado de las
tierras del Miño, un raro personaje que se dice descendiente de la nobleza
galaica. ¿Quién es este linajudo señor que tan a lo arbitrario se comporta y
atavía? Trae unas largas y undosas melenas, un makferlan verdinegro, un
sombrero de media copa, unas gafas barrocamente concheadas, una barba
apostólica é hirsuta: he aquí la totalidad de su patrimonio. Diz que viene a la
conquista de la corte de las Españas. ¿Qué armas trae para realizar tamaño
empeño? ¡Un libro!
Ahora bien, además de presentarse como descendiente de la
nobleza gallega, comenzó a poner en práctica algo que iba a ser una constante a
lo largo de casi toda su vida: confundir y mezclar su vida con la de algunos de
sus personajes –como si gran parte de su obra literaria lo fuese de autoficción–
tal vez llevado de una idea que, en un arranque de sinceridad y melancolía,
confesó años después:
“En mis tragedias
hay mucho de lo que yo pájaro alicortado hubiese querido hacer”.
Fue así como empezó a relatar por cafés y redacciones de
periódico madrileñas, su estancia en México, pero no como realmente ocurrió sino
como fantaseó que había ocurrido, presentándose como émulo de las aventuras que
en la ficción literaria corrió Andrés Hidalgo, el narrador-protagonista de “La
niña Chole”.
Una tarea en la
que contó con la ayuda de Alfredo Vicenti, pues tan solo 8 días después su llegada
a Madrid, el amigo de su padre y director de El Globo repitió las
fantasías que este contaba en una semblanza del nobel escritor que incluyó al
final de una extensa reseña de las “Memorias de Tierra Caliente”.
Así lo recordaba Ricardo Fuente en 1897 en “Un escritor
mundano”:
A poco de llegar Valle a Madrid, hará de esto unos dos
años, la gente de letras, adivinando en él, por su romántica melena, a un
pintor, músico o poeta, trató de inquirir noticias suyas. Fueron las primeras
que sirvieron de aperitivo a la general curiosidad que Valle despertara en los
círculos literarios, las que proporcionó Alfredo Vicenti, director de El
Globo, en un artículo, por el cual se supo que Ramón del Valle, espíritu
apasionado e inquieto, después de hacerse famoso en la Universidad de Santiago
por su borrascosa vida estudiantil, y de haber estado a punto de profesar en un
convento de frailes trapenses, marchóse a América para emular, con aventuras,
en sumo grado extraordinarias, las hazañas de aquellos españoles del siglo XVI,
que cruzaban los mares en busca de gloria y fortuna.
De esta manera, Andrés Hidalgo primero, y a partir de
1903, tras la publicación de la Sonata de Estío, su heredero literario
en las aventuras mexicanas, el Marqués de Bradomín, se convirtieron en alter
ego del escritor, imagen legendaria que –permítasenos el neologismo– se
viralizó rápidamente, debido al enorme éxito de las Sonatas, de la seductora
figura de Bradomín y también como resultado de la publicación ese mismo año
1903, en la sección “Juventud militante. Autobiografías” de la revista Alma
Española de un texto autobiográfico en el que Valle, con calculada
ambigüedad, se presentaba como “sobrino de mi noble tío el Marqués de Bradomín”
al tiempo que se atribuía para sí, idéntico perfil y vicisitudes del Marqués de
Bradomín de la Sonata mexicana.
El año 1903 marca, asimismo, con la publicación de la
primera edición de Jardín Umbrío, el punto de arranque de otro de los relatos
legendarios que mixtifican la biografía Valle-Inclán.
En el prólogo que Valle puso al frente de este libro, un
narrador-editor –que cualquier lector podía identificar sin atisbo de duda con
el propio escritor– se declara mero transmisor de las historias que contaba una
vieja criada de su abuela, Micaela la Galana, de la que todavía conservaba
algún recuerdo infantil:
Tenía mi abuela una doncella muy vieja que se llamaba
Micaela la Galana: Murió siendo yo todavía niño: Recuerdo que pasaba las horas hilando
en el hueco de la ventana, y que sabía muchas historias de santos, de almas en
pena, de duendes y de ladrones. Ahora yo cuento las que ella me contaba,
mientras sus dedos arrugados daban vueltas al huso. Aquellas historias de un
misterio candoroso y trágico, me asustaron de noche durante los años de mi
infancia y por eso no las he olvidado….
Fue de este modo como relatos como “El miedo”,
“Nochebuena”, y, a partir de la edición de 1915, “Mi bisabuelo” y “Milón de la
Arnoya”, pasaron a ostentar categoría de documentos biográficos de la infancia
del escritor, generando una mixtificación vida-literatura que presentaba un
Valle-Inclán criado en el seno de una decadente familia hidalga, que vivía en
un entorno agrario y ancestral donde regía un modo de vida precapitalista y cuasifeudal;
un niño atemorizado por historias que le contaba la vieja criada Micaela y
educado en clases de latín que recibía de un clérigo en una rectoral de aldea.
Sirva como elocuente muestra de esto, la comparación
entre el inicio del relato “Nochebuena”:
Era en la montaña gallega. Yo estudiaba entonces
gramática latina con el señor Arcipreste de Céltigos, y vivía castigado en la
Rectoral. Aun me veo en el hueco de una ventana, lloroso y suspirante. Mis
lágrimas caían silenciosas sobre la gramática de Nebrija, abierta encima del
alfeizar. Era el día de Nochebuena, y el señor Arcipreste habíame condenado a
no cenar hasta que supiese aquella terrible conjugación: “Fero, fers, ferre,
tuli, latum.”
y las palabras que el reportero Carlos Herrero puso años
después, en 1926, al frente de una interviú al escritor:
Este don Ramón tuvo una infancia medrosa y triste,
estudiando latín bajo la férula de un clérigo de aldea, y tuvo una juventud
ensoñadora y altiva pensando en las glorias de la guerra, en la vida de los
capitanes aventureros, violenta y fiera.
Un falso y literaturizado relato de su niñez que el
escritor también difundió a través de entrevistas como la concedida a Pármeno,
a quien le dijo que lo único digno de mención de su infancia era el
asesinato, cuando tenía 11 años, de un lobo que se comía los corderillos de su
abuelo, o la que el reportero Sánchez Ocaña tituló significativamente “La
épica infancia de Valle-Inclán”.
La realidad era, sin embargo, muy diferente:
Su abuelo, Francisco Peña, había sido un rico propietario,
político militante de la Unión Liberal y alcalde de Vilanova de Arousa durante
21 años. Esta villa, en la que el escritor nació y vivió sus primeros 22 años
de vida, contaba en 1878 –y cito de un documento de la época– con “siete
fábricas de salazón”, “exportación considerable para el exterior de muchas
cargas de pescado curado, salado y fresco”, “cinco buques destinados a la
navegación de cabotaje y altura”, “dos galeones de pasaje ”, y “una fábrica de
harinas y de aserrar maderas en la que se emplea como fuerza motriz el vapor”.
“Valle y Montalvo. Sociedad Mercantil e Industrial en España”, propiedad al
50 por ciento del padre de Valle-Inclán, quien también entre 1880 y 1882 fue
propietario y director del periódico La Voz de Arosa, bisemanario desde
el que defendía causas tan poco tradicionales y nobiliarias como el fomento de
la industria, el trazado del ferrocarril por la costa o la libertad de
circulación de personas y capitales.
Por último, quien enseñó las primeras letras al escritor,
entre 1873 y 1877, no fue ningún cura atrabiliario, sino el maestro de la
villa, José Soto Campos, hombre de ideas liberales y republicanas y partidario
de modernos modelos pedagógicos como las
excursiones escolares, prácticas que divulgaba en artículos de prensa y en
congresos pedagógicos, por lo que ascendió a inspector de primera enseñanza,
puesto que ocupó en las provincias de Málaga y Lugo.
Fue, sin embargo,
una visión del mundo en que se crio Valle-Inclán acorde con la arcaica
atmósfera social y económica de los cuentos de Jardín Umbrío, la que se impuso en las biografías escritas en el siglo XX, en
muchos estudios sobre su obra ambientada en Galicia, y, sobre todo, en
publicaciones de carácter divulgativo, en especial las orientadas al turismo,
hasta el punto de que tal relato permanece todavía en el imaginario popular acerca
de la infancia del escritor.
Esta idea acerca de Valle como vástago de un decadente
linaje hidalgo con origen en un pazo no hizo más que expandirse en los medios y
en la opinión pública en el periodo de 1907 a 1920.
Hay que considerar 1907 como
uno de los años que marcan un punto de inflexión en la vida familiar de
Valle-Inclán, en su posicionamiento político y en su creación literaria.
En tal año, contrajo
matrimonio aquí en Madrid con la actriz Josefina Blanco; fue padre de su primera hija;
se mudó con su esposa y la niña a una amplia y burguesa residencia en la calle
Santa Engracia, distrito de Chamberí; y transformó de modo radical su aspecto
físico: se cortó su característica melena y abandonó su estrafalario atuendo
para vestir traje convencional y corbata…
También datan de este tiempo:
el inicio de su compromiso militante con el tradicionalismo y carlismo político;
y novedades y cambios en su estética
literaria que se plasmaron en el ciclo que abrían las dos primeras Comedias
Bárbaras, Águila de Blasón, 1907 y Romance de Lobos, 1908,
obras que por su estructura significaron un salto revolucionario en las
concepciones dramatúrgicas de la época y que por su temática –la decadencia y
disolución del linaje hidalgo de los Montenegro, apellido tomado de la familia
de su abuela materna– comenzaron a ser consideradas como nuevos textos
susceptibles de ser leídos –al igual que la novela Los Cruzados de la Causa y el drama de El
Embrujado–
como reflejos literarios de los antepasados familiares del escritor, idea que
él mismo sugería en conferencias y entrevistas que concedía, y que en una
pequeña parte era cierta. Por todo lo cual se fue instaurando
en los periódicos del momento el hábito de mencionar a Valle como “el
hidalgo don Ramón María del Valle-Inclán y Montenegro”.
Fue en ese contexto, cuando,
entre 1912 y 1919, marcado por la nostalgia de un paraíso perdido que situaba
en tiempos de sus bisabuelos y tal vez mal asesorado por su amigo Joaquín
Argamasilla de la Cierva– pergeñó la idea de solicitar el título de “Señor
del Caramiñal”. Objetivo con el cual, comenzó a declarar en alguna
entrevista y en documentos oficiales, que había nacido en Pobra do
Caramiñal, entre dos y cuatro años antes de lo que constaba en su partida
de bautismo, datos que fueron así recogidos en las primeras historias de la
literatura que se ocuparon de su biografía. Fue el inicio de una larga polémica que
no se había de resolver de manera definitiva hasta el año 2002.

Pues bien, a pesar de una
pronta resolución oficial desfavorable a la concesión de tal título, la prensa
gallega, en especial La Voz de Galicia, y a modo de réplica la de Madrid e
Hispanoamérica, empezaron a referirse a Valle, de manera casi sistemática, como
“El Señor del Caramiñal”. En 1919 Pobra do Caramiñal le ofreció un
homenaje que estos mismos periódicos titularon “En honor de Valle-Inclán. en su
pueblo natal”.
Ahora
bien, los años en que Valle-Inclán residió en esta villa fueron, sin embargo,
los del golpe de realidad que
frustró su quijotesca idea de instalarse en un pazo solariego con el título de
“Señor del Caramiñal”, y
los del agravamiento de los problemas de vejiga que padecía desde diez años
atrás.
Y fueron
también estos
años convulsos –Gran Guerra Europea,
Revolución Bolchevique, huelgas españolas del 18…– cuando Valle-Inclán abandonó
su torre de marfil y –como señala Rodolfo Cardona– empezó a tomar conciencia de
los problemas histórico sociales y a adoptar actitudes
de compromiso con su entorno, al igual que acontece con Max Estrella en Luces de Bohemia.
Un
cambio que se percibe en entrevistas y en actos públicos, en los que empezó a
manifestarse contra el régimen de la Restauración alfonsina, con fuertes
críticas al Rey, a la Academia y, a partir de 1923, a la dictadura de Primo de
Rivera, una transformación que no pasó desapercibida: ni para su entorno, como lo demuestra la impresión causada a su
amigo Manuel Azaña, quien en carta de 1925 –pocos meses antes de que
Valle-Inclán se mudase a Madrid– le confesaba a Rivas Cherif:
Valle
está cada vez más cambiado. Ya no inventa apenas nada, ni se exalta, ni
alborota como antes. Suprimida la fantasía en la conversación, se empeña en
tratar seriamente de cosas pesadas por sí mismas, como la política, la
historia, libremente interpretada, el cultivo del maíz y los foros. No
pasan en vano los días; claro, pero yo atribuyo el apagamiento actual de Valle
a que ha suprimido el alcohol.
Ni
tampoco para la opinión pública, como lo pone de manifiesto en 1932, el
reportero Lorenzo Carriba en una entrevista al escritor publicada en el Heraldo
de Madrid,
Es uno de los escritores españoles que ha dado el viraje
más fuerte en su orientación ideológica. Valle-Inclán empezó describiendo y
cantando mimosamente la vida legendaria de princesas de carne de seda y
espíritu de ángel, los desplantes y durezas de los señores feudales, toda esa
vida que ridiculiza tan magistralmente en sus últimos libros que integran el
ciclo del “Ruedo Ibérico.
Se refería el periodista a la revolución estética, que –en consonancia con los movimientos de renovación en la literatura
europea– llevó a cabo Valle con el hallazgo de lo que él denominó genéricamente
“esperpentos” y cuyo máximo exponente fue Luces de Bohemia.
Al igual que es posible observar que las ideas
políticas y estéticas que manifiesta el Valle-Inclán de 1902-1912 están, casi
de forma literal, puestas en boca del Marqués de Bradomín de las Sonatas y Los Cruzados de la Causa, también lo es que las del Valle de los años 20 lo están en la de Max
Estrella.
Así, y aunque la anécdota biográfica de este
personaje remite a Alejandro Sawa –tal como apunta Rodolfo Cardona–
Valle-Inclán reflejó en Max Estrella su propio proceso de toma de conciencia
ante la realidad de su entorno histórico-social, y –en un ejercicio de autorrepresentación– convirtió a Max, en la escena duodécima de Luces de Bohemia, en portavoz de su nueva estética del
Esperpento.
En
palabras de Francisco Umbral:
El discurso de Max Estrella es el discurso de
Valle-Inclán. Cuenta la vida de un bohemio sin talento, Alejandro Sawa, pero
sublima al personaje como si fuera un gran poeta dotado de unas cualidades
éticas que Sawa quizá no tuviera, al menos en el límite heroico de mártir en
que Valle lo sitúa. Y cuando ya ha logrado un personaje que es/ no es Sawa, se
pone él, el autor. A hablar por sí mismo, a través de estos dos mecanismos
–Sawa, Estrella–, de manera que se cierra el círculo y el autor acaba siendo el
personaje, como lo fue en la primera intención.
Así, el discurso de Max Estrella a lo largo de
una noche caliente y lóbrega, es el mayor y mejor discurso literario, moral y
político de Valle-Inclán. De Alejandro Sawa toma la anécdota y en Estrella pone
su propia voz cargada de indignación, noble resentimiento, grandeza, ingenio y
reproche. La teoría de los espejos la formula un Estrella agonizante, pero
quien está hablando no es Max, sino el autor. Todos estamos de acuerdo en
aceptar esa formulación como definitiva y valleinclanesca con lo que admitimos implícitamente
que Max es Valle
A lo largo de los años 20 dio comienzo un proceso
de deconstrucción de dos de los elementos que conforman la imagen
legendaria de Valle-Inclán: la que tiene que ver con la bradominesca aventura
mexicana, tras las reveladoras declaraciones del periodista B. Menéndez Acebal,
compañero del escritor en las redacciones mexicanas, y la que lo proclamaba
“Señor del Caramiñal” tras la difusión, en 1928, de la partida de bautismo, y
las declaraciones, en 1929, de su hijo Carlos al Heraldo de Madrid en las que afirmaba que:
–Papá ha nacido en Villanueva
de Arosa, un pueblecito de la ría gallega.
En dirección
contraria, comenzó a gestarse otra
leyenda, la del “eximio escritor y extravagante ciudadano” –añadamos, bohemio
y pobre– como Max Estrella, proceso que tiene que ver con la conversión de
este personaje en portavoz de las nuevas ideas de Valle y, en sentido inverso,
con el “teatro de calle” que el escritor representó tras su vuelta a Madrid en
1925, con sobreactuaciones, como la de la protesta en el teatro Fontalba, y la
que dio ocasión a su ingreso en la cárcel, donde emuló los ocurrentes
dichos y actitudes de Max Estrella en la escena 5ª de Luces de Bohemia.
Todo
lo cual, explica las palabras que, en 1931, un reportero del Heraldo de
Madrid ponía al frente de una entrevista al escritor: “Valle-Inclán ya no
es Bradomín. Es don Ramón. Y es Valle-Inclán”; o en esa misma línea, las de
Jesús de Izcaray en el periódico Luz, cuando lo nombraba sin ambages
como: “el Sr. del Valle-Inclán, ex marqués de Bradomín”.
Para
terminar solo resta decir que, tras su regreso en su último año de vida a
Galicia, se reactivó en el ambiente cultural gallego la imagen de don Ramón
como señorial y anciano hidalgo de pazo, algo debido en parte a que en el
galleguismo de los años 30 el desaparecido mundo de los pazos era visto ya como
uno de los elementos constitutivos de la identidad gallega y eso galleguizaba a
Valle-Inclán. Fue la imagen que dominó en la bibliografía gallega acerca del
escritor y su obra y en la narrativa museística sobre su vida. Y, en cambio, la
imagen legendaria que irradió desde el sistema cultural, educativo y también
turístico, con capital en Madrid fue la del Valle-Inclán de Luces de Bohemia, ese Valle del teatro, de la calle y la noche
madrileña, rebelde, contestatario, bohemio, pobre, y protagonista de numerosas
y ocurrentes anécdotas. Falsa imagen, al
igual que las otras, a la que se dio cabal acogida y difusión en biografías
clásicas dedicadas al escritor, como La
vida altiva de Valle-Inclán, de Francisco Madrid, y, Don Ramón María del Valle-Inclán, de Ramón Gómez de la Serna, y que, aunque fue documentalmente
desmontada en ensayos biográficos que se publicaron recientemente, permanece todavía
vigente en el imaginario público.
Francisco
J. Charlín Pérez.
(Conferencia impartida no Ateneo
de Madrid o día 18 de abril de 2024. Por razóns de espazo sintetizamos algún
parágrafo, co permiso do autor, a quen lle agradecemos moito a súa xenerosidade
á hora de cedernos o texto que agora subimos ao blog. Francisco Charlín é non
só un membro do claustro do Instituto ‘Eusebio da Guarda’, onde exerce a
docencia de Lingua e Literatura Galegas, senón que dirixe tamén a prestixiosa
revista Cuadrante).